La sinfonía, como una gran composición para orquesta, está presente en la creación de Mozart en formas muy diversas (su primera sinfonía fue escrita durante un viaje en Londres, con 8 años). Las soluciones más diversas de este género musical siempre concordaban con las circunstancias que permitían un gran estreno público y con las capacidades que los músicos tenían en uno u otro periodo de su vida.
Las composiciones sinfónicas más extensas han sido sus últimas tres (en el catálogo de Köchel constan las 39-41), que él escribió en el verano del año 1788. Algunos investigadores e intérpretes de Mozart (Gülke, Harnoncourt…) señalan que son realmente un testamento artístico fundamental, representando una trilogía: la núm.39 como un prólogo (la introducción de la primera parte es una apertura a puertas misteriosas). Luego vemos la cumbre de las obras mozartianas: la celestial sinfonía núm. 40. Y al final, viene la núm. 41 (sus propagadores le dieron el nombre de Júpiter), como una conclusión triunfal y júbilo divino. Las tres Sinfonías han sido escritas muy escrupulosamente para una orquesta bastante grande para aquella época (incluyendo el timbre de clarinetes, que sonaban en manos de los amigos más íntimos de Mozart).
Estas sinfonías de gran escala, salieron a la luz en un periodo muy breve: cada una ocupó menos de un mes. Los biógrafos de Mozart destacan tres momentos causantes que influyeron en la composición:
- Poco antes, Joseph Haydn, su amigo cercano, publicó sus propias tres sinfonías (núms. 82-84), escritas incluso en las mismas tonalidades, sirviendo así, como un buen ejemplo para Mozart, inspirándose enseguida con tres sinfonías parecidas para nutrir al mundo, con perspectiva de publicarlas también como una opera magna (obra central de la vida). Este intercambio semejante de ideas entre los dos genios, se daba también con anterioridad, aun cuando mutuamente se habían dedicado una colección de seis cuartetos para cuerda, participando ellos mismos en su interpretación como violinistas.
- En 1788 se había planeado un nuevo viaje artístico de Mozart a Inglaterra, adonde luego tuvo que ir Haydn (al pasar tres años, Haydn es informado en Londres sobre el fallecimiento prematuro de Mozart…). Igual como en el posterior caso de Haydn, Mozart se fijó en un posible futuro estreno en los solemnes conciertos de la Filarmónica de Londres.
- En el Casino vienés tuvo lugar un proyecto en el que se propuso una serie de conciertos públicos con obras de Mozart para beneficio del autor. Como describen algunas fuentes, al final el plan fracasó, al limitarse con una sola actuación por no poder vender entradas y por la falta del interés público.
Mozart se preparó para los conciertos en el Casino con un afán particular, lo que también podría ser motivado por la necesidad particular económica —la consecuencia del estreno reciente de Don Giovanni en Viena, frialmente aceptada por los vieneses (aunque el estreno anterior en Praga tuvo muchísimo éxito)—, como por una crisis más grave personal: estando apurado económicamente, sufrió un boicoteo de parte de la sociedad musical. En una carta dirigida a su amigo cofrade y músico Michael Puchberg, del 27 de junio, al acabar la sinfonía 39, Mozart escribió: “Ven a mí y visítame; Siempre estoy en casa; – Trabajé más en los 10 días que viví aquí que en otros alojamientos en 2 meses, y si no tuviera pensamientos negros tan a menudo (que solo tengo que rechazar con fuerza) estaría aún mejor…”.
Al mismo tiempo, un episodio trágico en la vida de la familia Mozart: el 29 de junio muere la hija Teresia (con seis meses; dos hijos anteriores tampoco vivieron más de un mes). Su mujer Constanza entró en una gran depresión. En aquel entonces, los ciertos círculos clericales consiguieron sembrar una duda en ella, como si fuera una maldición y golpe del destino debido a su marido “libre pensador” que no estaba en un camino justo. Empezó a traicionar en secreto a su marido… Así, en este momento de ruptura, las sinfonías de fama mundial han sido creadas.
Entre ellas, la núm. 39 es diferente. Es interesante, que, al pasar un año después de la muerte de Mozart, en un concierto memorial en Hamburgo, interpretaron precisamente esta obra. Contenía algo paradójico. La misma introducción (el Adagio inicial de la primera parte) hacía referencia a unas imágenes arquetipicas: la apertura de puertas místicas. Los críticos musicales notaron el momento en que el alma entra a un lugar al son triunfal del ritmo de puntillo (signo musical que expresa la prolongación de una nota). En el siglo XIX, esta sinfonía adquirió el sobrenombre Schwanengesang – El canto del cisne (así como la menciona en su obra Hoffmann). La asociaban directamente con la última palabra, el legado del compositor, aunque no era la obra última que compuso.
Al mismo tiempo, los mozartólogos (Theodor Kroyer y Kurt Pahlen) comparan la sinfonía 39 con las futuras sinfonías de Beethoven —la Tercera, la Cuarta y la Novena—, todas ellas tienen el mismo contraste en las imágenes; en la escala desde un júbilo, alegría sin límites de vida y luz, hasta los estados de gran pasión, donde la amistad y ternura lindan con la desesperación y el abandono.
Quedan pocos testimonios acerca de la interpretación de esta obra en la vida de Mozart. Hay hipótesis que indican que podría haber sido estrenada al mínimo dos veces con gran esfuerzo por los amigos, ya que se guardaron recuerdos de algunos conciertos con clarinetes tocados por ellos. Pero faltan testimonios directos.
La sinfonía 39 tiene cuatro partes:
- Adagio — Allegro
- Andante con moto
- Menuetto
- Finale
Es interesante el comentario con el que Juan de San Grial acompaña su propia interpretación. Sin disponer en el momento de la grabación de hechos históricos textuales, vivió una revelación inmediata de la música: “Su genial pieza musical es una especie de sinfonía postmozartiana escrita unos años antes de que abandonara este mundo. Fue un período de profunda crisis espiritual. Mozart sintió que querían matarlo y que no le quedaba mucho tiempo. Entonces, en un estado de desesperación, escribe su última sinfonía escatológica. Por esta razón escribió sus últimas sinfonías como las del fin del mundo: lo que Mozart deja después de sí. No era un genio solo en el presente, sino también en el futuro. Extrae nociones totalmente expresivos y filosóficos.”
Sobre la segunda parte: “¡Qué música más genial! No solo una sinfonía mozartiana, sino también posmozartiana. ¡Lo superior de todo que puede ser! Es manifestación del supremo arquetipo humano: ¡el canto del cisne! Ya son palabras de un hombre lleno de presentimientos trágicos. Es la más profunda, la más filosófica, la más profundizada de todas sus sinfonías, desmerecidamente olvidada. Mozart dice: “¿Pues y qué? No cambia nada. Lo más hermoso y eterno es el amor, ¡lo que os regalo! No os abandonará con mi retirada.”
La tercera parte: “¡El minueto más precioso que había escuchado en mi vida! Es algo en miniatura, pero ¡qué miniatura de Minné más genial! ¡Qué hermosura de pueblo! El pueblo guarda la hermosura de una generación a otra, estando los mejores modelos de la música brillante siempre bien vinculados con el arquetipo, con los temas folklóricos. Para tocar en amor, el corazón siempre ha de estar abierto. Para mantenerlo abierto, hay que sufrir. Por eso, se nos admite el sufrimiento.”
Imágen predilecta de Mozart
Durante las grabaciones, Juan de San Grial enfatizó los estados de la Madre Divina, mencionando su propia experiencia pasional: “Cuando ya nada pudo consolar a la Virgen, entonces actuó la música de Cristo que tocó sus 18 instrumentos musicales[1]. Y Mozart es ahora para la humanidad igual de cristo musical, trayendo consuelo.”
En la edición de este CD, se añadirá una versión más del segundo movimiento con una interpretación más mística.
Compartimos con vosotros una pequeña muestra…
[1] Juan de San Grial. (2017). Crescendo del Bien. (Volumen II). Instrumentos Celestiales, (pp. 114-115). Editorial: Asociación para el estudio de la cultura Cátara, https://cataros.org/product/el-crescendo-del-bien/
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