Entrar en Beethoven
A Vera Lautard-Shevchenko le reprochaban que trataba a Beethoven de forma supuestamente incorrecta, y ella respondía diciendo: “¡Las ideas de Beethoven andaban más lejos de lo que le permitía el instrumento en aquella época!”. Ella trataba de continuar tocando lo que Beethoven escuchó.
Buscar cómo entrar en Beethoven es ver en una sola obra suya la suma de todas sus creaciones.
Antes de nada, el compositor verdadero escucha la música y solo después la apunta. Y el intérprete ha de hacer lo mismo, antes de tocar, debe llegar a escuchar y entrar. Si no ha entrado y no ha escuchado, no tiene nada que hacer al instrumento.
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Las notas no deben estar desunidas. La magia del texto desune la música y es increíblemente difícil volver a “pegarla”. La quinta dimensión interviene para ayudar, las esferas del Reino, las lágrimas…
Para que entre las notas no haya un precipicio y la música suene en una esfera diferente, es necesario abstraerse de este mundo. Para tocar en un contínuum diferente es necesaria la espiritualidad.
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El músico hace sonar el mundo en el que habita. La música desenmascara el ser de la persona: todo lo que contiene.
La nueva música supone un ser humano nuevo, un contenido nuevo, una espiritualidad nueva. El corazón debe estar iniciado y ungido para entrar en las esferas del Oído Fino altísimo y perforado. Hay que aprender a escuchar en las dimensiones del mundo eterno. Entrar en el Claromundo, en las Islas de los Bienaventurados, y tocar desde allí. |
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Las almas quieren entrar en el claromundo, pero sus cargas ancestrales patológicas no se lo permiten.
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La música se descifra con la sobreiluminación. Es necesario sobreiluminarse para explicar la música de Beethoven. De esta forma, la interpretación queda propia de un genio.
El verdadero co-autor de Mozart, Beethoven y Rachmáninov al instrumento puede ser únicamente aquel que ha vencido la muerte y la suma de los miedos que poseen al alma desde el momento de su primer shock, cuando se acercó volando a la Tierra y encontró miríadas de aduaneros sospechosos con su ilegítimos registros e interrogatorios…
El metrónomo interior
Mataron a Beethoven e introdujeron el ritmo mecánico del metrónomo, como lo hizo Schindler. ¡La música debe ser interpretada en el ritmo en el que el intérprete la escucha y no en el que fue escrita!
En los tiempos clásicos no había metrónomos ni en pintura. ¡¡¡No existe nada más nocivo que un tiempo impuesto!!!
El verdadero músico tiene instalado un metrónomo interior. El tempo no viene programado de antemano, sino que es un efecto de cómo el intérprete oye interiormente la obra en ese momento.
Es necesario llegar a oír la música con el oído interior: una fracción de segundo, un minuto, una hora, un día, un milenio antes de que empiece a sonar. Solo después de esto la música se puede reproducir de esa manera, como se acaba de oír. Cada uno oye a su propia manera, según lo que tiene para decir, según su capacidad como intérprete, según cuál sea su mensaje. |
¡El músico es un evangelista, un apóstol! Si no tiene nada que decir, no queda nada más que un sacrificador, un servidor del rito. En lugar de música queda una ceremonia farisaica: solo la observación de las acotaciones, los tempos y los signos del editor… Parece que sirven para facilitar y aligerar el proceso de la interpretación, cuando en realidad es todo lo contrario, prohíben vivir interiormente la obra, la reducen a un tipo escolástico de empolle mecánico que se convierte en un tipo de deporte.
Cuarteto n.º 6
Beethoven en el mundo de los buenos espíritus celestiales
Detrás del maravilloso allegro del cuarteto hay un dolor profundísimo.
Las grandes personas escribían gracias a sus dolores. La capacidad para consolar se elabora en los sufrimientos. Es difícil imaginar qué ataques persiguen a un compositor-pionero. Por eso, de vez en cuando encontramos los fortíssimos pasionales. Beethoven escribe fff donde se suele poner mf, no por estar cada vez más sordo, ¡sino por sufrir ataques espirituales! Así es la música de orden no terrenal.
Beethoven se ha hallado en el mundo de los buenos espíritus celestiales, donde se escucha la música que Cristo le cantó a la Madre Divina en la Montaña del Ruiseñor. Beethoven la copió. Esta música es noblemente caballeresca y, a la vez, tiene rasgos de las mujeres mirróforas. La entonación femenina es consoladora y dolorosa, el dolor caballeresco es valeroso.
Juan de San Grial (2023).
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